lunes, octubre 30, 2006

A veces...

A veces no termino las frases. Como por ejemplo cuando el viernes pasado subí al elevador en la planta baja del edificio donde trabajo y una mujer, que entró poco antes que yo y presionó el botón del primer piso, me preguntó «¿a qué piso va?» y le respondí «al cuarto». La frase completa era «al cuarto, para subir un piso voy por las escaleras, vieja fodonga».

domingo, enero 15, 2006

Sólo por hoy

Esta frase la había oído varias veces así, sola, y algunas me habré preguntado a qué se referían los que la proferían. Ayer la oí de nuevo en el Zócalo. Un hombre de caminar presuroso la dijo al vuelo a un amigo sentado en la banqueta y éste le respondió con la misma frase. Le pregunté a mi amiga Irma si sabía de esto y me explicó que es una frase de ánimo que se emplea entre alcohólicos y que la frase completa es ‹sólo por hoy no beberé›.
Así es como construyen su vida, un día a la vez. Mañana puede pasar cualquier cosa, pero hoy no. Sólo por hoy no beberé.
Algunos podrían pensar así, ‹sólo por hoy, no enviaré gente a la guerra›.

jueves, enero 12, 2006

Odio el lugar de trabajo

No se que sea peor, el silencio mutilante de una casa vacía o ese sonido de fondo de una oficina, esa maldita sinfonía de estaciones de radio con estúpidas melodias de moda, con esas melosas voces, esas tonadas calculadas para agradar a las adolescentes que se desviven por un estúpido con peinadito de rebelde y que canta con un modosito acento de melancolía.
Aparte de mi trabajo, odio también ese ambiente de complacencia y conformismo. Esas miradas vacias y satisfechas, la prestancia servil, el abandono.
Tengo una ventana que da a un pasillo por el que veo pasar a los burócratas que van, moviendo papeles, de una oficina a otra arrojándo mierda sobre sus espaldas con cada paso.
Una solicitud de compra pergeña un alúd de trámites y papeles y se escuchan los engranajes de la organización caminar, rozar unos contra otros, chirriar, y sobre de ellos los pasos cortos y presurosos de las mujeres con zapatos de tacón que mueven más papeles de una oficina a otra.

¿Realmente tiene sentido todo esto?

Odio mi trabajo. Yastá, lo he dicho.

Odio mi trabajo. Odio tener que atravesar la ciudad para llegar a una triste oficina sin ventanas y con un vecino que oye a Emanuel y a José José todo el día.
Odio a la gente que no respeta a los demás y se estaciona en la calle, justo frente a un estacionamiento. Odio a aquellos que se quedan estorbando a media calle aún cuando era claro que no iban a poder pasar. Odio a los que comen una comida apestosa en la oficina y dejan los restos en los basureros dejando por horas el olor nauseabundo de la carne putrefacta.
Odio a los que piden algo prestado y no lo regresan. Odio a los que llegan a tu oficina y aún cuando te ven ocupado trabajando se instalan y comienzan a mover tus cosas esperando atención.
Odio a los que se suben a los ascensores y se quedan al lado de la botonera sin pensar en que estorban a los que quieren oprimir un piso.
Odio a los que entran a los sanitarios y escupen en los lavabos.
Odio a los que hacen ruido en la oficina.

Odio muchas cosas.