miércoles, diciembre 19, 2012

Una noche de ansia

Son las 2.18. A las 7 debo de estar en la terminal del norte para tomar un autobús con rumbo a uno de los estados del norte, de los que hacen frontera con los EEUUAA. Tengo miedo de dormir y no despertarme a tiempo. Tengo miedo de no dormir y llegar muy cansado. Tengo miedo de los asaltos. Tengo miedo de los accidentes en la autopista.

Tengo miedo de olvidar algo que debo de llevar. Tengo miedo de perderme en el camino. Tengo miedo de que llegue a un lugar equivocado. Tengo miedo de que cuando llegue ya no esté allí. Tengo miedo de que la tierra se abra y me trague. Tengo miedo de que el cielo se derrumbe sobre mi cabeza. Tengo miedo de que caiga una lluvia tan fuerte que me borre. Tengo miedo de que las leyes de la física cambien y me vaya flotando al espacio exterior. Tengo miedo de despertar sin zapatos. Tengo miedo de que de las cañerías salgan mounstruos que me deboren.

Tengo miedo de que la Luna enloquezca y nos abandone. Tengo miedo de que el mar se seque. Tengo miedo de que el viento deje de soplar. Tengo miedo de que la distancia sea infinita. Tengo miedo de que el Sol desista y explote. Tengo miedo de que a estas horas no sienta ganas de dormir. Tengo miedo de que todos estemos equivocados.

Tengo miedo de que me pierda en el miedo.


martes, abril 20, 2010

Mardita sea mi suelte

Tupelo, mi máquina de batalla en la casa, está debajo de una mesa. Tiene dos puertos USB en la carátula, a la altura adecuada para darle rodillazos a lo que allí conecte. Los otros seis puertos están en la parte posterior, justo donde no los puedo alcanzar sin golpearme la nunca contra la mesa o rasguñarme la nariz con alguna de las otras cuatro máquinas que allí emplazadas. ¿Qué hacer? Pues lo obvio: ir y agenciarse un hub USB, que conecté a los de la parte trasera y que luce espléndido sobre la mesa.
Bueno, no fue tan sencillo. Primero compré uno en un prestigiado local de la reconocidísima y honesta Plaza de la Computación en República del Estafador. Cuando llegué a la casa y lo probé, resulta que la fuente de alimentación que le acompaña estaba totalmente muerto. Lo necesitaba con alimentación externa porque necesito conectarle varios discos duros externos que no cuentan con alimentación mas que por el USB.
Al día siguiente fui de nuevo al encantador lugar donde lo compré y al solicitar el «cambio físico» me rociaron con una cantidad tal de excusas que no sabía si enojarme más o aplaudirle la inventiva al, a todas luces, instruido y correcto caballero que me hizo ver el error que había cometido al creer unos días antes en su palabra de que «cualquier problema, me lo traes y te lo cambio, güero».
No puedo mentir, la conversación inicialmente cortés se tornó en agria y saltaron epítetos que no vale la pena repetir.
Finalmente de algo sirvieron las miradas amenazantes y los gritos que alejaban a otros posibles compradores: aceptó recibirlo para enviárselo al proveedor y que hicieran el «cambio físico» prometido.
Por supuesto salí de allí pensando en que nunca más vería el aparato aquel, así que saliendo fui a una prestigiada tienda que está sobre República del Salvador y compré otro hub (el doble de caro), un teclado pequeño y un soporte reclinable con ventiladores para usar ambos con las portátiles. Terminé gastando seis veces lo que me había costado el primer hub, pero me fui satisfecho.
Con el hub de marca he tenido cualquier cantidad de problemas y finalmente no sirvió para lo que lo quería originalmente, pero sigue sobre la mesa, y ahí recargo las baterías del celular, del ipodio y del fiel reproductor de emepetréses iAudio.
Todo esto no tendría sentido escribirlo de no ser porque los del minúsculo changarro donde compré el primer hub me llamaron varias veces a la casa para avisarme que ya podía pasar por el hub. Fui por él y me dieron uno nuevo. Asumí que tendría los mismos problemas que con el anterior, así que lo dejé por ahí y pensé «ya se lo regalaré a alguien por navidades».
Pero la curiosidad todo lo puede. Acabo de probarlo y resulta que funciona y funciona mucho mejor de lo que pensaba. Con el de marca, copiar un archivo de un megabyte desde una memoria USB toma más de un minuto, desde un disco duro externo toma más y además si trato de escribir me marca errores. Con el «genérico» las cosas funcionan tal como uno esperaría.

Quisiera ser tan ingenioso como Séneca o Félix María Samaniego y rematar este relato con una apostilla que ilustre y me inmortalice, pero lo único que se me ocurre es repetir la sentencia: «no juzgues un libro por su portada».

lunes, junio 11, 2007

Supermercados

El supermercado es intoxicante. Es en serio, la gente camina como aturdida y se rompe la convivencia social. Una revisión rápida del contenido de los carritos dice mucho de la persona que lo va empujando. «Díme que compras y te diré quién eres».

Me impresionan algunas personas que he observado que recorren todos los pasillos y examinan cada uno de los productos. Me intriga saber si lo hacen como un ejercicio de memoria para ver si recuerdan todos los ingredientes o si la empresa cambió de dirección o simplemente son lectores voraces que no se resisten a las letras pequeñas que los llaman como las sirenas a los marineros.
Estan también los que echan un vistazo por toda la tienda y se detienen delante de algún objeto meditando si le podrán dar un uso en la casa. Trabajé con una persona así. A veces llegaba a la oficina con algún artilugio y nos explicaba qué le había atraido. La mayoría de las veces la explicación se quedaba en «creo que se ve bien ahí».
Un tipo de persona que evito como la peste son los que prueban todo, tanto lo que ofrecen las demostradoras como lo que está en venta. Son los que picotean la fruta (como pajaritos), los que abren los paquetes de galletas, los que destapan alguna bebida y le dan un sorbo para abandonarla después. Esta gente me da miedo. Verlos con tanto desparpajo disponer de lo ajeno, me hace temer que alguno de ellos me tome como esclavo, mascota o juguete.
A quienes también evito son a las señoras que se hacen acompañar por un ejército de niños y que, ya en la caja, los envían en paralelo a traer cientos de artículos, con indicaciones precisas e imperativas: «m'hijo tráete un melón, blandito pero firme». Al cabo de unos segundos regresan y lo que tenías como una modesta fila delante tuya con la señora con cuatro tonterías en el carrito, de repente se convierte en un tráiler desparramado.
En fin, en el supermercado se puede analizar a toda la especie humana. Desgraciadamente, aunque el tema da para un libro, por hoy no puedo escribir más.

lunes, octubre 30, 2006

A veces...

A veces no termino las frases. Como por ejemplo cuando el viernes pasado subí al elevador en la planta baja del edificio donde trabajo y una mujer, que entró poco antes que yo y presionó el botón del primer piso, me preguntó «¿a qué piso va?» y le respondí «al cuarto». La frase completa era «al cuarto, para subir un piso voy por las escaleras, vieja fodonga».

domingo, enero 15, 2006

Sólo por hoy

Esta frase la había oído varias veces así, sola, y algunas me habré preguntado a qué se referían los que la proferían. Ayer la oí de nuevo en el Zócalo. Un hombre de caminar presuroso la dijo al vuelo a un amigo sentado en la banqueta y éste le respondió con la misma frase. Le pregunté a mi amiga Irma si sabía de esto y me explicó que es una frase de ánimo que se emplea entre alcohólicos y que la frase completa es ‹sólo por hoy no beberé›.
Así es como construyen su vida, un día a la vez. Mañana puede pasar cualquier cosa, pero hoy no. Sólo por hoy no beberé.
Algunos podrían pensar así, ‹sólo por hoy, no enviaré gente a la guerra›.