martes, abril 20, 2010

Mardita sea mi suelte

Tupelo, mi máquina de batalla en la casa, está debajo de una mesa. Tiene dos puertos USB en la carátula, a la altura adecuada para darle rodillazos a lo que allí conecte. Los otros seis puertos están en la parte posterior, justo donde no los puedo alcanzar sin golpearme la nunca contra la mesa o rasguñarme la nariz con alguna de las otras cuatro máquinas que allí emplazadas. ¿Qué hacer? Pues lo obvio: ir y agenciarse un hub USB, que conecté a los de la parte trasera y que luce espléndido sobre la mesa.
Bueno, no fue tan sencillo. Primero compré uno en un prestigiado local de la reconocidísima y honesta Plaza de la Computación en República del Estafador. Cuando llegué a la casa y lo probé, resulta que la fuente de alimentación que le acompaña estaba totalmente muerto. Lo necesitaba con alimentación externa porque necesito conectarle varios discos duros externos que no cuentan con alimentación mas que por el USB.
Al día siguiente fui de nuevo al encantador lugar donde lo compré y al solicitar el «cambio físico» me rociaron con una cantidad tal de excusas que no sabía si enojarme más o aplaudirle la inventiva al, a todas luces, instruido y correcto caballero que me hizo ver el error que había cometido al creer unos días antes en su palabra de que «cualquier problema, me lo traes y te lo cambio, güero».
No puedo mentir, la conversación inicialmente cortés se tornó en agria y saltaron epítetos que no vale la pena repetir.
Finalmente de algo sirvieron las miradas amenazantes y los gritos que alejaban a otros posibles compradores: aceptó recibirlo para enviárselo al proveedor y que hicieran el «cambio físico» prometido.
Por supuesto salí de allí pensando en que nunca más vería el aparato aquel, así que saliendo fui a una prestigiada tienda que está sobre República del Salvador y compré otro hub (el doble de caro), un teclado pequeño y un soporte reclinable con ventiladores para usar ambos con las portátiles. Terminé gastando seis veces lo que me había costado el primer hub, pero me fui satisfecho.
Con el hub de marca he tenido cualquier cantidad de problemas y finalmente no sirvió para lo que lo quería originalmente, pero sigue sobre la mesa, y ahí recargo las baterías del celular, del ipodio y del fiel reproductor de emepetréses iAudio.
Todo esto no tendría sentido escribirlo de no ser porque los del minúsculo changarro donde compré el primer hub me llamaron varias veces a la casa para avisarme que ya podía pasar por el hub. Fui por él y me dieron uno nuevo. Asumí que tendría los mismos problemas que con el anterior, así que lo dejé por ahí y pensé «ya se lo regalaré a alguien por navidades».
Pero la curiosidad todo lo puede. Acabo de probarlo y resulta que funciona y funciona mucho mejor de lo que pensaba. Con el de marca, copiar un archivo de un megabyte desde una memoria USB toma más de un minuto, desde un disco duro externo toma más y además si trato de escribir me marca errores. Con el «genérico» las cosas funcionan tal como uno esperaría.

Quisiera ser tan ingenioso como Séneca o Félix María Samaniego y rematar este relato con una apostilla que ilustre y me inmortalice, pero lo único que se me ocurre es repetir la sentencia: «no juzgues un libro por su portada».